jueves, 31 de octubre de 2013

Creeepypasta - Levitacion - Especial de Halloween

Levitacion

Bueno... Primero Que todo, Este es mi 2do Post haci que espero que les guste y si me falta algo o quieren que suba una creepypasta que ustedes quieran solo diganlo, y hare lo que pueda :D

Morris Hobster fue mi mejor amigo por aquellos años en los que la sociedad condenaba estoicamente la actitud tan impetuosa y dinámica de la juventud. No puedo decir que éramos rebeldes, porque no era así: simplemente, teníamos otras ideologías más profundas y el bello don de la curiosidad.
Es que así éramos Morris y yo: nos encantaba experimentar cosas nuevas como a cualquier joven de nuestra etapa. Era normal que todos se comportasen así, ¿no? La verdad es que nunca pude comprender por qué nuestros padres y demás familiares se escandalizaban ante nuestras filosofías, actos y cuestiones. En realidad nos daba igual lo que creyeran acerca de nuestra mentalidad tan abierta e ilimitada, siempre dispuesta a conocer más cosas sobre la realidad que nos rodeaba. Y es que mi amigo y yo éramos de aquellos que gustaban de buscar nuevas expectativas y definiciones de la existencia que llevábamos, leyendo por aquí, tomando fotos por acá, y luego compartiéndolas entre los dos; sacábamos conclusiones desde nuestro punto de vista y más tarde buscábamos información sobre los resultados a los que habíamos llegado. Definitivamente, no me puedo quejar de mi juventud, pues disfruté tanto como jamás lo he hecho.
Si existía una palabra para definir la ideología de Hobster, ésa era extraordinaria. Ni yo poseía tal habilidad para concebir las costumbres cotidianas como un mero escudo ante lo desconocido, ante aquello que el ser humano siempre temió. Él mencionaba constantemente en sus pláticas que el hombre no tenía la más mínima idea de lo que había más allá de sus actos, y que siempre estaba buscando la forma de evadir su decadente e inevitable destino. Sencillamente, Morris era de aquellos jóvenes que, si se lo hubiera propuesto, habría llegado a la cima más encumbrada entre los sabios del mundo. Debo admitir que me sentía muy bien a su lado, pues era el único que lograba comprender mi concepción de la vida e incluso compartíamos puntos de vista iguales que, de no haber sido porque no compartíamos ningún parentesco familiar, podría haber jurado que ese chico era mi «gemelo ideológico», por así decirlo.
Sin embargo, el tiempo, maldito verdugo que inevitablemente te obliga a enlazarte con tu inverosímil destino, quiso que ambos nos separásemos y mi amigo se mudó junto con su familia a otra ciudad. Cuando él fue a comunicarme la desagradable noticia, no pude contener la agonía que estaba experimentando en mis adentros, y juntos nos despedimos con muchas lágrimas; lo que más me dolió de aquel aviso fue que claramente sentí cómo se desgarraba una parte de mi ser y era extraída por algún ser desconocido que deseaba ver mi sufrimiento. No puedo describir con otras palabras lo que padecí en aquel instante en el que mi destino estaba por cambiar, quizá para siempre, o tal vez era sólo una prueba de valor para ambos; pero todavía hoy me pregunto qué había que comprobar con esa separación. Actualmente, mi ilimitada imaginación me permite hacer una especulación sobre aquella circunstancia que decidió todo por nosotros. Tal vez la vida nos vio como una amenaza, algo que podía romper su cuidadosa y bien estructurada coreografía de falsedad y egoísmo. Siendo así, no había lugar para nosotros en este mundo.
Aún recuerdo bien esa sombría tarde en que lo vi irse: su cara transmitía una serenidad impresionante, aunque yo sabía perfectamente que aquello era una máscara que estaba usando para evitar mostrar su dolor ante su familia, la cual era muy severa y conservadora. Su caso familiar no era la excepción por aquellos tiempos: muchos jóvenes de nuestra edad pasaban por la misma experiencia, incluso yo lo vivía; aquel que no tuviera unos padres así podía considerarse afortunado, muy afortunado. Tengo bien plasmada en mi memoria su cara al momento en que el carro encendió con todo aquel maletero encima, casi marcada a fuego su expresión: me estaba comunicando con la mirada que ni la misma distancia nos separaría, y que algún día, en un futuro no muy lejano, volveríamos a vernos. Yo entendí su silencioso lenguaje, y con el mismo idioma le dije que así sería, y que tarde o temprano, estaríamos juntos de nuevo para descubrir más cosas.
Las cosas continuaron su marcha normal, desde el punto de vista de la sociedad que me rodeaba, claro. Pero desde que Hobster se fue, supe que mi vida, a pesar de su creciente monotonía, ya no sería la misma. Me resultaba imposible el concordar con los adultos, quienes aseguraban que las amistades de juventud eran fácilmente olvidadas, y los jóvenes de mi ciudad me daban los ánimos que necesitaba para afrontar a esa terrible ideología a la que llamaban madurez adulta.
¡Qué grande fue mi alegría cuando recibí una carta de Morris! Recuerdo que mi padre acababa de llegar de su trabajo, y siempre tenía por costumbre revisar el buzón antes de llegar a casa. Escuché sus pasos subiendo las escaleras y supuse que pasaría de largo por mi cuarto sin saludarme, como siempre lo hacía; me sorprendió sobremanera que tocara la puerta de mi habitación, pero después comprendí que sólo lo había hecho porque entre las cartas que llegaron, había una para mí. Tengo que admitir que me extrañó demasiado que me enviaran algo, pero así era, mi padre me entregó el sobre y salió de mi cuarto. Me quedé observando la carta por un tiempo: ¡quien me la había escrito era Morris! Imaginen mi emoción cuando la comencé a abrir y descubrí, con total alegría, la pequeña pero fina letra de mi mejor amigo. Sin más tiempo que perder, comencé a leerla:
«Mi muy apreciable e incomparable amigo Randolph Gordon:
No puedo concebir la emoción de este momento en el cual estoy redactando estas líneas, me siento feliz de poder escribirte por primera vez luego de que fuese forzado por mi familia a abandonar el lugar donde pasé los mejores momentos de mi vida, con el amigo que jamás podré olvidar. Te parecerá increíble, pero desde que estoy acá, no logro adaptarme a mi nueva forma de vida: la ciudad en la que vivo ahora es mucho más caótica que la tuya, los jóvenes se apegan ciegamente a las enseñanzas de los adultos y, por desgracia, no ejercen su libre albedrío como debería ser; si los adultos de mi anterior pueblo eran severos y conservadores, estos van más allá de esas erróneas y estúpidas ideologías. No puedes imaginarte la felicidad de mis padres al saber que sus vecinos tienen un hijo “bien educado” que nunca pone en duda la autoridad de sus mayores y que es obediente. Sólo puedo pensar en la debilidad de pensamiento que posee ese pobre muchacho, y no lo culpo, la verdad no puedo hacerlo porque el ambiente en que ha crecido lo moldeó así y así se quedará para su eterna desgracia. Por otro lado, mi familia a cada momento menciona que cuánto hubieran dado porque yo creciera desde un principio en esta maldita ciudad, y están diciéndomelo a cada momento del día. En la escuela soy visto como el “rebelde sin causa” y he tenido choques de personalidad con todos los profesores, incluso con la directora; me han llamado varias veces la atención por defender mis justos derechos y cada vez que me pongo en contra de los pensamientos tan cerrados de mis maestros, mis padres son citados para conversar con ellos, y los exhortan a que me pongan en mi lugar o alguien más lo hará un día. Ellos, como siempre lo has sabido y es costumbre del lugar donde estás, dicen que se avergüenzan de mí; que debería aprender a comportarme como el hombre que soy y que definitivamente tendrán que enseñarme a levitar. No entiendo a qué se refieren con eso, pero sospecho que no es nada bueno. Randolph, sé que te sonará ridículo, porque jamás me escuchaste mencionar algo similar cuando estábamos juntos, pero por primera vez en mi vida tengo miedo, miedo hacia el destino que me depara con esta putrefacta sociedad. ¿De qué tengo pavor? Del modo de ver las cosas de los adultos: son tan ambiguos que se puede esperar cualquier cosa de ellos. Me decidí a escribirte esta carta a escondidas de mis padres, bien sabes que ellos nunca te vieron con buenos ojos porque eres igual a mí en pensamiento, del mismo modo en que tus padres me veían mal a mí. Supongo que algunos patrones de conducta siempre permanecen, y ése es el caso de nuestras familias, ¿no lo crees? Tengo deseos de que vengas a visitarme, quiero verte: no sabes el terror que vivo día con día al saber que la juventud de este lugar en realidad no existe, sólo son adultos en proceso de madurez; me aterra ver que nadie piensa por sí mismo y se apegan como un perro a su dueño a las ideas de los mayores, es simplemente macabro. ¿Hacia dónde va este decadente sistema? No tengo la menor idea, pero he decidido que en cuanto tenga mayoría de edad, me iré de este enfermizo lugar que no hace otra cosa más que reprimirme demasiado. Sé que te veré pronto porque responderás a mi llamado, sabiendo que tú tienes más posibilidades de venir a verme, y tienes conciencia de ello.
Junto con esta carta he anexado un mapa de mi ciudad actual, en él realicé unas señalizaciones para que encuentres mi casa; en el dorso se encuentra mi dirección completa, junto con instrucciones precisas para que no te equivoques de domicilio. Si hago todo esto es porque me urge verte, necesito hablar con una persona que me entienda y me ayude a soportar esta situación. Creo que empiezas a comprender cómo me siento, después de todo, admiro tu habilidad para ser empático, cosa que aquí nadie posee. Amigo mío, quisiera comunicarte más cosas por este medio, pero entiendo que las palabras que deseo compartir contigo no podrían ser escritas. Espero tu próxima venida y recuerda que siempre contarás con un amigo leal en la distancia y en la eternidad, así como yo sé que siempre estarás conmigo en las buenas y en las malas.
Tu mejor e incondicional amigo,
Morris Hobster».
Confieso que en un principio, la carta me llenó de mucha motivación y alegría, pero conforme me fui acercando a su desenlace, me sentí frustrado y a la vez preocupado: no sabía la difícil situación que estaba viviendo Morris, ¡y yo que pensaba que mi vida era terrible! Sin pensármelo dos veces, empecé a idear un plan para que mis padres me llevaran a visitar a mi amigo; les diría que en la carta que me envió me comunicaba que estaba enfermo y que el médico le había recomendado absoluto reposo, por lo cual me escribió y me solicitaba que le llevase algunos libros para su entretenimiento mientras permanecía en cama. Con aquella estrategia en mente, me dirigí al cuarto de mis padres y les dije sobre la supuesta enfermedad que tenía mi amigo, les rogué que fuéramos a verlo y, sorpresivamente, ellos accedieron sin que les insistiera demasiado. Me comentaron que primero tendrían que pedir permiso en el trabajo de mi padre y en mi escuela para ausentarnos, asunto que resolverían al día siguiente. Yo estaba que no cabía en mí de la emoción: ¡iría a ver a Morris después de tanto tiempo!
Al tercer día nos encontrábamos empacando algunas maletas para quedarnos unos días con la familia Hobster, pues mis padres consideraban que resultaría interesante relacionarse más con los progenitores de mi amigo. Salimos rumbo a la ciudad donde Morris se había mudado junto con su familia, y con ayuda del mapa que me envió, logramos dar con la casa sin equivocarnos de dirección.
Mi corazón saltaba de la indescriptible felicidad que sentía al saber que de nuevo vería a mi gran amigo de toda la vida. Me bajé del auto casi al mismo tiempo que mi padre se estacionaba, corrí hacia la puerta de entrada mientras gritaba el nombre de Morris. La puerta se abrió mientras la señora Hobster me dedicaba una sonrisa que, hasta hoy, no dejo de considerar que poseía una pequeña sombra de felonía. Pregunté por mi amigo, y con el tono más dulce e hipócrita que había escuchado jamás, su madre me contestó que él estaba en su habitación levitando. No sé por qué, pero en ese momento sentí una terrible punzada en el pecho, sobre todo porque Morris me había mencionado que esa palabra acrecentaba su temor con respecto a sus padres y la forma en que ellos la concebían.
Le pregunté a la señora Hobster en dónde estaba el cuarto de mi amigo. Ella seguía manteniendo su falsa sonrisa mientras señalaba hacia las escaleras que conducían al segundo piso, al tiempo que mencionaba que Morris había estado sumamente inquieto por mi llegada, y que ahora se pondría feliz de verme. No había acabado de darme la información cuando corrí con mucha rapidez mientras ascendía hacia la segunda planta de la casa. Cuando llegué a la puerta que supuse que sería la de mi amigo, noté que estaba cerrada, así que toqué al mismo tiempo que le avisaba a Morris que ya había llegado.
Sólo escuché la voz del señor Hobster contestándome que pasara, pues mi amigo estaba en esos momentos muy ocupado levitando; otra vez escuché esa palabra que me retorcía las entrañas. Con mucha lentitud abrí la puerta, pues pensé que Morris estaba quizá reflexionando sobre algo o muy sumido en sus pensamientos para que no me contestase, y además, ¿qué hacía su padre con él en su habitación? Mis pensamientos fueron cortados de tajo mientras observaba, boquiabierto, algo que jamás creí que vería en la vida real: ahí, en medio del cuarto, estaba mi amigo ¡literalmente levitando, tal y como lo habían mencionado sus padres! No lo podía creer, no lo quería creer; empecé a entrar en un estado de shock mientras seguía mirando a mi amigo, en su rostro se dibujaba esa misma expresión que me había dedicado el día que se fue de mi ciudad: serenidad, una tranquilidad infinita y esa particular sonrisa suya que me dedicaba cuando decía que todo iba a salir bien. Continué viéndolo, realmente levitaba, pues sus pies no tocaban el suelo; era increíble, pero cierto.
Recuerdo que escuché decir a su padre que ahora Morris, gracias a la levitación, aprendería a comportarse como un joven de buenos modales y que sería un gran ejemplo para mí de ahora en adelante. La cara del señor Hobster expresaba alegría y orgullo: no podría estar más feliz de su hijo.
Desperté en el hospital general de la ciudad, rodeado de las preocupantes miradas de mis padres. Me dijeron que me había desmayado por la emoción de volver a ver a mi amigo, pero sabía que decían eso para tranquilizarme. Como sólo había sido un desvanecimiento temporal, el médico me dio de alta enseguida. En la sala de espera estaban los padres de mi amigo, felices que mi desmayo no hubiese pasado a mayores. Pregunté una y otra vez por Morris a sus progenitores, y ellos, con una gran sonrisa de satisfacción, sólo se limitaban a decirme que ahora él era un chico muy educado y obediente, y que debería estar orgulloso por ser amigo de un muchacho así. Yo simplemente no podía creerlo; me puse histérico y les grité enfrente de todos los que se encontraban ahí y de mis padres que estaban completamente locos, que su retorcida ideología no conocía límites y que no había ningún motivo para estar feliz por haberlo obligado a convertirse en lo que ahora era. Las personas del hospital se quedaron mirando conmocionados aquella escena, jamás habían visto a un joven alzarle la voz así a sus mayores. Mis padres estaban avergonzados por mi supuesto escándalo y me sacaron a rastras de aquel indiferente lugar; nadie hizo nada para defender mis ideas, nadie, y sé que nadie jamás lo hará, no en esa maldita y putrefacta ciudad.
Debido a mi «indecente» comportamiento, mis padres decidieron regresar a casa esa misma tarde, comunicándome que los padres de Morris no deseaban volver a verme, ya que me consideraban una mala influencia para su hijo. Yo sólo quería despedirme de él por última vez, y decirle que lamentaba no haber llegado antes para salvarlo de su levitación, ¡sólo quería eso! Sentí un terrible dolor en mi pecho mientras nos alejábamos de aquella fatídica y repugnante ciudad. Mis padres, completamente decepcionados de mi forma de expresarme ante los Hobster, me dijeron que también deberían aplicar conmigo esa técnica de la levitación, pues así aprendería a ser un chico correcto y bien portado. Recuerdo que en ese instante comencé a odiar enfermizamente a mis padres, tanto como aborrecía a los de mi mejor amigo.
El tiempo, en su marcha incansable, hizo que ya no le diera motivos a mis padres para que cumplieran aquella terrible amenaza que tenía por objetivo despojarme de mis ideales. En cuanto cumplí la mayoría de edad, abandoné la casa porque no soportaba vivir con aquellos dos seres tan aborrecibles. Me mudé a un pequeño poblado, lejos de mi antiguo hogar. Puedo decir que ahora llevo una vida tranquila, pero no feliz: el recuerdo de la sorprendente levitación de mi amigo me persigue a todos lados. La última vez que lo vi, su cara me volvía a decir que algún día estaríamos juntos para siempre, y jamás lo dudé. Creo en su palabra y siempre seguiré creyendo en ella, a pesar de que él ya no será nunca lo que alguna vez conocí. Pensándolo bien, yo tampoco quiero seguir siendo lo que soy ahora. He leído su carta muchas veces en mis tiempos de soledad para sentirme acompañado, y siempre se ha quedado marcada en mí, tal y como si fuese un tatuaje, aquella palabra que le dio un sentido nuevo a la vida de mi amigo y estaba por formar parte de la mía. Seguramente, si me vieran mis padres, estarían orgullosos de mí. Sin dilación, termino de escribir estas líneas para decirles a todos ustedes que la experiencia de la levitación me servirá para comprender por qué mi amigo tenía esa expresión en su rostro aquél día: era muy pacífica.
Sé que ninguno de ustedes comprenderá el motivo que me lleva a hacer esto, pero sólo quiero saber qué sintió mi amigo cuando su padre lo hizo levitar. Sin más demora, tomo una resistente soga y la amarro bien en el techo de mi casa, me aseguro de que esté bien atada y formo un nudo corredizo en su punta libre. Me colocaré ese lazo alrededor de mi cuello y entonces al fin estaré con mi amigo, al fin comprenderé a sus padres y al fin me sentiré libre para dejar este maldito mundo. Creo que por eso Morris estaba tan relajado mientras levitaba, ahora sentiré esa misma calidez que su familia le hizo sentir al convertirlo en un hombre de bien.
Levitaré, sí, para que mis pies jamás vuelvan a tocar este inmundo suelo…

Link de Donde saque la creepypàsta = http://creepypastas.com/levitacion.html

Bola de cristal [Primera parte]


Bola de cristal [Primera parte]



Mi nombre es Naira, tengo veinte años y vivo en un pueblito del que no vale la pena decir mucho. Sería muy ilustrador, creo, mencionar que soy huérfana de toda la vida. No sé nada sobre mis progenitores, ni me interesa, siempre tuve prioridades más importantes.
Pasé la vida entera en un orfanato, nunca nadie quiso adoptarme; tal indiferencia había para conmigo también por parte de mis compañeras de cuarto, pero jamás me importó. Disfrutaba estar sola, sabrá Dios por qué, así que nunca llamó ni una pizca mi atención la compañía humana o animal. Aun hoy, yendo ya a la universidad, habiendo pasado la adolescencia, me siento así. Mis únicos compañeros son las queridas esculturas, fruto de mis propias manos, que llenan la casa y el viejo piano que está en el salón. Y así soy completamente dichosa y feliz.
Sólo una vez la compañía humana me hizo bien, pero apenas desapareció todo volvió a ser como antes: monótono y extraño. Cabe decir, sí, que no sufrí por aquello: el apego a la soledad no había sido perdido.
Se llamaba Raúl, el único amigo que he tenido en toda la vida. Lo conocí en un incidente con una manzana, la cual, luego de ser arrebatada de mi plato, estaba siendo machacada por él y sus, entonces, compañeros de juego. Yo me encontraba dentro de la «casa» observando por la ventana cómo aquellos niños pateaban sin cesar ese objeto de mi propiedad. Esperé pacientemente, y en una distracción suya me acerqué y recogí la manzana, para luego volver rápidamente adentro. Cuando hubieron estado conscientes del asunto, les hice un gesto para que uno de ellos se acercara a buscarla. Raúl fue elegido, y se dirigió hacia mí a regañadientes. Habiendo llegado extendió su mano para que la dichosa fruta fuera puesta en ella.
—Vaya, vaya, miren qué quiere el niño —dije—. No deberías jugar con cosas ajenas, ¿no te parece?
Él sólo enmudeció y bajó la cabeza. Entonces murmuré:
—Mira, porque soy generosa, les regalaré la manzana. No puedo comerla, ya la han magullado de más. Pero se los advierto, no vuelvan a hacer algo como esto. —Puse la manzana sobre la mano ya cerrada del joven.
—Gracias… —musitó, y luego de pensarlo un rato, siguió—: Naira. ¿Quieres venir y jugar con nosotros? Seremos gentiles contigo, ya que eres una niña.
—No me interesa jugar con quien me subestima. Lo siento, gracias, pero no.
Entonces se encogió de hombros y se alejó. Pero una duda asaltaba mi cabeza: ¿cómo sabía mi nombre? Prácticamente nadie me llamaba por él. Cuando por alguna razón específica lo hacían, solían decirme «¡oye tú, niña rara!», pero no Naira. Fue sólo por eso que mi interés en él se acrecentó, pero no le presté demasiada atención. Fue por él que, tras pedirme disculpas por lo que yo había tomado como un insulto, comenzó la especie de amistad que luego estableceríamos. Él no era muy amigo de los chicos con quien estaba aquel día, sólo jugaban juntos, así que yo era también su única amiga. Todo iba bien, hasta que sorpresivamente, habiendo cumplido ya los catorce años, lo adoptaron. Después todo volvió a como debía ser para mí, y él recibió lo que todos merecían, menos yo: una familia.
Los años pasaron, y Raúl y yo no habíamos tenido noticias el uno del otro. Yo ya vivía en una pequeña pero acogedora casa que el orfanato me había proporcionado, cosa que hacían con los jóvenes jamás adoptados. El cuarto más grande lo hice mi estudio y el sitio destinado a la creación de mis esculturas, siendo la sala mi segundo lugar preferido. Entré, entonces, a la universidad, y por fin podía disfrutar de la completa paz que siempre me había sido negada compartiendo cuartos, comida y baño. Ahora era sólo yo y mi pequeño mundo. Hasta aquel día.
Lo vi. Sí, era él. Él y ella. Raúl y Helena. Raúl, mi querido amigo de la infancia, y Helena, la chica que hasta los nueve años me atormentó en el orfanato, juntos. Siempre había ignorado cada insulto y molestia por parte de mis compañeros, pero Helena era especial. Si bien no era muy original, había algo en ella que me hacía odiarla profundamente, y más ahora, viéndola con Raúl. De pronto se me vino una extraña revelación a la mente: «debe ser mío». Por alguna razón, sentía que debía apartar a Raúl de Helena a toda costa. Sentía que necesitaba hacerlo. No era por amor, era por amistad, y porque serviría de venganza.
Alcé la mirada y ahí estaban ellos, observándome.
—¡Naira! —dijo Raúl—. ¿Cómo has estado? ¡Hace tanto que no nos vemos! Ella es Helena, pero dice que te conoce.
—He estado bien, Raúl. Hola, Helena —contesté, reprimiendo una mirada de desdén para con ella.
—¡Vaya, Naira! ¿Te acuerdas de mí? Fuimos compañeras hasta que me adoptaron. Recuerdo perfectamente cada broma que te hice, pero era sólo un juego de niños. Sin resentimientos, ¿verdad?
No pude evitar sonreír ante tal afirmación. Bajé la cabeza, y en medio de la risa, repetí:
—Sin resentimientos.
No sabía lo que le esperaba.

Pasaron meses, y yo aún no determinaba qué hacer con Helena. Debía aguantar comer con ella, estar con ella; Raúl no iba a un lugar si ella no estaba también. Todo esto me estaba incomodando sobremanera, pero simplemente no se me ocurría nada.
La oportunidad vino luego.
En clase de arte, ordenaron un proyecto en parejas. Antes que cualquier otra persona pudiera hacerlo, y para «demostrarle» que había olvidado cada molestia suya, le pedí que hiciera pareja conmigo. Aceptó efusivamente.
—¡Hay, Naira! ¡Me alegro tanto de que por fin te sientas a gusto conmigo! —Yo reía en mi interior; mientras ella hablaba y hablaba, yo planeaba mi venganza. Ya lo tenía todo calculado—. ¿Y qué clase de cuadro haremos?
—La verdad, Helena —me apresuré a decir—, estaba pensando en esculpir algo. Sinceramente me gusta ser original, y todo el mundo pintará. Además adoro hacer esculturas, y tú podrías ser mi modelo, así no habrá peso sobre nadie de que el otro hizo todo el trabajo.
—Oh, me encanta la idea. Pero ¿por qué quieres hacer una escultura mía?
—Ya te lo dije… Además, creo que eres… —Me atraganté con saliva, entonces lo dije—: bonita. —La verdad no es que no lo creyera, siempre me pareció una chica preciosa, pero el hecho de decirle un cumplido a mi futura víctima me hacía estremecer entera.
—Pues muchas gracias, Naira —Rió de forma tonta, y luego golpeó suavemente mi hombro—. Y entonces, ¿dónde y cuándo?
Helena fue a mi casa unos cuatro días después para realizar la escultura. La había estado esperado toda la tarde, más ansiosa no podía estar. Sonó el timbre.
—Quítate toda la ropa, y quédate ahí —le indiqué, preparada para comenzar—. Debo hacer primeramente el molde. Necesito que hagas una pose, no puedes estar ahí como si nada.
—¿De qué tipo?
—Algo que represente dolor. Sí, dolor. Hazlo.
Se retorció entera para lograr hacer algo, pero estuve satisfecha cuando por fin lo consiguió. Era exactamente la expresión que quería.
Mientras hacía el molde, dejé orificios en nariz, ojos y boca para que pudiera respirar, ver y hablar. Cuando hube terminado, le pedí que se quedara un rato así, puesto que no demoraría más de unos minutos en secar. El tiempo que estimé necesario pasó, y entonces, en lugar de quitarle el molde, comencé a colocar el yeso por encima de éste.
—¿Qué haces, Naira? —preguntó, ya aterrada, Helena.
—Completo mi obra.
—¿Pero no debes quitar el molde primero?
—No lo entiendes, ¿verdad? Claro que no. Me hiciste pasar por todas esas detestables bromas en el pasado, ahora sedujiste al único amigo que he tenido en toda la vida y haces que te odie cada vez más y más. Pero al fin la pesadilla acabará, y tú, a partir de ahora, querida Helena, no existes más.
Tapé su boca con una gruesa capa de yeso, dejando sólo los orificios de la nariz intactos, para que sufriera cuanto fuera posible, y simplemente muriera de hambre.


Fui la mejor calificación de toda la clase, haciéndose notar aquel día la desaparición de Helena. Me las arreglé para que se creyera que había sido asesinada, y su cuerpo nunca sería encontrado. Vendí luego la escultura a un anticuario pues no deseaba tenerla conmigo. Todo fue normal, todo completamente normal, hasta entonces.

Link de Donde saque la Creepypasta :D = http://creepypastas.com/envios-destacados-30.html