martes, 19 de noviembre de 2013

El Suicidio de calamardo!

Este es uno de los creepypastas más macabros que jamás haya visto. Debo darle mucho crédito al autor, puesto que usa un léxico y estructura impresionante y espeluznante, además del hecho de que una vez que empiezas a leerlo no paras por mas que sabes que te vas a asustar más y más con cada palabra que leas. Por cierto, acompaño el creepypasta con un video (mismo que aun no me atrevo a ver (cualquiera que lo quiera ver por favor comente de que trata) ), lo que lo convierte en un video-creepypasta. Sin mas preámbulo aquí la tienen: El Sucidio de Calamardo:

“Comenzaré diciendo que si quieren una respuesta al final, estarán decepcionados.
No hay una.
Fui interno enNickelodeon Studios durante el 2005 para obtener mi título en animación. No me pagaban; de hecho la mayoría de las pasantías no son pagadas, pero tuve algunas experiencias más allá de la educación.
Los adultos no lo ven como un buen trabajo, pero la mayoría de los niños se cagarían si pudieran estar ahí. Como trabajaba con editores y animadores, me tocaba ver los capítulos nuevos antes de que salieran al aire. Iré al grano sin dar muchos detalles.
Acababan de hacer la película de Bob Esponja y el staff entero estaba falto de creatividad, así que les tomó mucho tiempo iniciar lasiguiente temporada. Pero en realidad, el retraso duró más por razones perturbadoras.
Creepypasta Calamardo
Creepypasta Calamardo
Hubo un problema con el primer episodio de la temporada que retrasó por meses a todos y a todo. Otros internos y yo estábamos en elcuarto de edición junto con los animadores principales y los editores de sonido, listos para hacer el corte final. Recibimos una copia de lo que se suponía era “Fear of a Krabby Patty” y nos reunimos alrededor de la pantalla para ver. Ahora, dado que no era el corte final, a veces los animadores ponían un título falso en tono de broma, un chiste interno como “Como no funciona el Sexo” en lugar de “Rock-a-by-Bivalbe” cuando Bob y Patricio adoptan una ostra.Nunca fue nada en particular gracioso, pero siempre fueron chistes relacionados con el trabajo. Así que cuando vimos como título “Squidward’s Suicide (el Suicidio de Calamardo)” no pensamos que fuera algo más que una broma mórbida. Uno de los internos incluso emitió una risa seca.
Comienza con la música alegre de siempre.
Inicia conCalamardo, practicando con el clarinete, errando algunas notas como siempre. Oímos a Bob riéndose afuera; Calamardo se detiene y le grita que se calle, puesto que tiene un concierto esa noche y necesita practicar. Bob dice que sí, y se va a ver a Arenita junto con Patricio.
La splash screen de burbujas aparece y entonces vemos el final del concierto de Calamardo.
Aquí fue donde todo se puso raro.
Al estar tocando, algunos cuadros se repitieron una vez, pero el sonido no (en este punto el sonido ya está alineado a la animación, y eso no era común), pero entonces deja de tocar, el sonido termina como si nada hubiese pasado. Hay murmullos en la multitud antes de que comiencen a abuchearlo.
No eran abucheos de caricatura comunes en el show, se podía escuchar malicia en ellos.
Calamardo estaba visible de pie, nervioso y viéndose asustado. La imagen cambia, esta vez hacia el público; Bob Esponja está en el centro, y también abuchea, comportándose muy diferente a como lo hace siempre.
Lo más raro de todo, es que todo mundo tiene ojos híper realistas. Muy detallados. Claramente no fotos de ojos reales, pero algo un poco más real que CGI. Las pupilas rojas. Algunos nos miramos entre sí, obviamente confundidos, pero como no éramos los escritores, nunca nos preguntamos como le atraería eso a los niños… aún.
La toma cambia: Calamardo sentado en la orilla de su cama, viéndose muy mal.
Por su ventana se ve la noche, así que espoco después del concierto. La parte más aterradora es que en este punto, no hay sonido. Literalmente. Ni siquiera el sonido de los speakers en la habitación. Como si estuviesen apagados, aunque estaban trabajando perfectamente.
Calamardo solo estaba ahí, sentado y parpadeando en silencio como por 30 segundos, entonces comenzó a llorar. Sonaba como una pequeña brisa a través de un bosque. Luego se cubrió la cara y lloró en silencio por un minuto, mientras el sonido poco a poco comenzó a intensificarse.
La pantalla poco a poco comienza a acercarse a su rostro. Por “poco”, me refiero a que solo es notable si miras las tomas con 10 segundos de diferencia. Su llanto se vuelve más fuerte, lleno de dolor e ira. La pantalla se deforma, como si se doblara sobre sí por un segundo antes de volver a la normalidad. El sonido leve como de viento se vuelve más intenso y más severo, como si hubiese una tormenta.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

EL RELOJERO

Eras que se era un hombre cuyo corazón sonaba como un reloj. Su nombre era cálido como un pájaro, pero a todos se nos olvido. Cuando se nos presentaba decía:

-Medio Bigote Para Servir a Usted , Señor.

Y en realidad solo tenia medio bigote. siempre estaba tan ocupado que solo tenia tiempo de afeitarse la mitad de si cara. El cuco le decia que y debia irse a trabajar; Sino, quien aguantaria que toda la gente de la ciudad.

Entonses se ponia su camisa almidonada su corbatin bremejon, el saco negro el pantalon y las polainas. y cerraba la puerta de su casa, que lucia un gran rotula
    
MEDIO BIGOTE HACE Y REPARA RELOJES

Entonses montaba en su extraña biccleta. Esta tenia un techo decorado con flecos, que le servia para protejerse de la lluvia y el sol. Y en la canasta llevaba una gran carga de relojes. Por un dia entero sigamosles la pista a medio bigote

A las 5:30 desayuna. A las 5:45 sale a repartir relojes. a las 7:15 entraga un reloj en la casa del señor DE. A las 7:30 entragaba un reloj en la casa del señor PRI. A las 8:00 un pueblito mas lejano, en la casa del señor SA. Y al colocar todos los apellidos se lee DEPRISA. A las 9:00 se tomaba un cafe a todo a correr por que debe entregar todos los relojes en la estacion del tren, no tiene tiempo para cocinar entonces almuerza a las 11:00 conservas enlatadas. A medio dia ajusta el reloj de la catedral. De 12 a 5 viaja por las provincias que reclaman su servicio y medio bigote bajo carreteras desesperado por llegar a tiempo a las 5:10 a su casa vuelve a abrir latas de conserva y de 5:30 a 11 se sienta a construir y a reparar sus famosos relojes de cuerda, electricos, grandes, redondos, pequeños. Los relojes parecen convertirse en gigantes que acechan a medio bigote

Ya casi a las 12 se acuesta rendido y medita. Sus relojes son mas famosos de todo el pais; Pero el no esta contento se acuerda de los dias en que era niño y tocaba dulzaina acostado entre el zacate y als flores. El pobre medio nigote no es feliz y sucedio que una tarde, mientras pedaleaba bajo la lluvia,se encontro un balcon. En el balcon estaba sentada una muchacha de anteojos y vestido de cosia bajo un enorme reloj que le sercia de sombra en la mañana y de paraguas

Curiosa mente esa muchacha lucia, aun extremo de su cabeza una trenza y al otro caia suelto y tenia un gran titulo que decía

UNA TRENZA COSTURERA DE EXPERIENCIA

Tanto se fijo medio bigote en la muchacha que perdió el equilibrio y se estrello contra un poste y salio volando por el aire con todos sus relojes los anteojos fueron a dar a la cerca, el sombrero al techo, los relojes quedaron colgando de los tendidos eléctricos, un zapato sobre un semáforo y el medio bigote cayo dentro de la enorme canasta de ropa que una trenza havia hecho ese día

La muchacha le dio agua y lo atendió con esmero, el relojero que todavía no se recuperaba del susto abría los ojos como platos entonces una trenza llamo a los bomberos subieron a sus escaleras y recogieron sus relojes. Mando a medio bigote manejando con dificultad su bicicleta

Esa noche ni tampoco pudo trabajar

Atencion! es solo una tarea

Lo siguiente que publique es solo una tarea del colegio, de los medios de comunicacion :P y lo quise hacer en mi blog :P asi que no lo lean (si quieren) shau shau

sábado, 2 de noviembre de 2013

PUTRID DOLL

PUTRID DOLL


Coloca una nueva hoja sobre su restirador, en la esquina superior izquierda se encuentran dos bocetos: el primero muestra a una chica con un vestido hecho de piel y coronada con una diadema de dientes, mientras que el segundo ilustra a un par de gemelas vestidas como bailarinas de belly dance sosteniendo espadas, es el espectáculo que se presentará esa noche.
Sin embargo, esta vez su jefa, Alyssa Romanova, la hace ponerse cursi debido a que una estúpida pareja de clientes quería celebrar su aniversario en el burdel. ¿Quién carajos celebra su matrimonio en un burdel? Qué idiotez… eso del romanticismo no era para nada lo suyo, y no era parte de su contrato… Bueno, obedecer en todo a Liss era su trabajo, pero cuando se lo planteó no se imaginó esta situación. Dibuja tres cuerpos destazados formando la típica frase “I
Piensa en llamar a la pequeña Candelaria (la criada que usualmente ofrece bocadillos caníbales a los clientes) para que le proporcione algunos de sus manjares, pero presiente que sólo será una distracción. Decide tomar una libreta de dibujo y recostarse en su cama, siempre le ha resultado más fácil inspirarse estando horizontalmente. Abre la libreta y sólo consigue usarla como almohada, esa labor le está pareciendo torturante y aburrida; sin embargo, el castigo no duraría mucho, y podría continuar con su labor habitual. A decir verdad, aquél era el trabajo que siempre había anhelado y ni un lapsus de cursilería lo arruinaría. Comenzó a perderse en el recuerdo del día en el que se unió al personal de El Burdel de las Parafilias.
—¿Y bien señorita Díaz…, qué piensa de mi oferta de trabajo?
—Me parece bastante buena, quizá demasiado para ser real. Pongamos las cartas sobre la mesa, Alyssa —Liss hizo un ligero gesto de molestia, las personas rara vez la llamaban por su nombre completo—. ¿Qué es exactamente lo que tengo que hacer, y qué me darás a cambio de hacerlo?
—Te encargarás de los espectáculos del burdel, para ello te proporcionaré todo lo que necesites, y como pago podrás hacer uso nuestros servicios siempre que quieras, además de contar con hospedaje y alimento en nuestras instalaciones.
—¿Y qué, nada de dinero?
—¿Para qué necesitarías dinero, Jennifer? —dijo ella adoptando el tono familiar que su interlocutora había tomado—. Tu habitación contará con todo lo que necesites y mucho más, podrás diseñarla a tu gusto.
—Eso de la habitación me suena a que tendré que estar trabajando mucho tiempo. ¿Cuál será mi horario? —La europea no pudo contener una carcajada ante esa pregunta.
—No tendrás un horario, si aceptas el trato pasarás a ser propiedad del burdel y no podrás salir de él. Pero no pongas esa cara, ¿qué puedes perder? ¿Una familia que no te comprende? ¿Una escuela llena de gente que te desprecia? ¿Una sociedad que jamás te aceptará? Piénsalo, aquí puedes realizar cada fantasía que cruce por tu mente, lo que hiciste hace unos días no es más que el comienzo, tienes posibilidades infinitas, recursos ilimitados y vivirás rodeada de lujos y sirvientes que estarán a tu disposición todo el tiempo. Entonces, ¿qué escoges? —Jennifer lo meditó un poco, pero no había mucho que pensar.
—¿En serio no podré salir de nuevo?
—Te daré un día libre al año y siempre puedes emular un paisaje exterior en alguna de nuestras habitaciones.
—De acuerdo, acepto. Pero hay algo más que quiero como pago —Liss la miró expectante y le hizo una seña con la mano para que continuara—. Quiero información, saber exactamente cómo funciona este lugar. ¿Cómo se mantiene si no cobran a sus clientes? ¿Cómo es que consiguen personas tan hermosas que estén dispuestas a prostituirse? Es decir, no lucían maltratadas ni temerosas, así que no pueden estar secuestradas, y tú misma mencionaste que eran más de trescientas.
—Olvidaba que tú no viviste la experiencia completa del burdel, debí dejarte hacerlo; pero eres tan joven, tan sádica, me recuerdas a mí a tu edad, simplemente no pude hacerlo. Te lo explicaré, o mejor aún, te mostraré un video que te resultará mucho más educativo.
Tecleó en su computadora y le mostró la pantalla a Jennifer, eran las imágenes de un pedófilo con una pequeña niña pelirroja, que la ultrajaba para luego destrozar su cráneo con un martillo y esparcir su semen en los restos. Se hizo un corte en la escena y volvió a aparecer el pedófilo, esta vez estaba esposado y un montón de niñas se acercaban para arrancarle pedazos de piel a mordiscos; finalmente apareció otra niña pelirroja, Jennifer tuvo que acercarse a la pantalla, era idéntica a la niña que habían asesinado al principio.
—Sí, es la misma chica —le dijo Liss adivinando su pensamiento. Jennifer volvió a mirar atentamente la pantalla, definitivamente era la misma chica o quizá su hermana gemela, y todas ahora empalaban al pedófilo con un taladro gigante.
—¿Matan a los clientes? ¿Entonces cuál es su ganancia? No lo entiendo.
—Sigue mirando. —Habían vuelto a bajar el taladro, un par de criadas limpiaban el cuerpo y lo vestían con ropa limpia idéntica a la que se había manchado de sangre, y luego lo dejaron en un área limpia y se marcharon. Alyssa adelantó la grabación media hora, de pronto el hombre se levantó y se retiró del lugar como si nada hubiera sucedido. Jennifer casi pega su rostro a la pantalla intentando encontrar algo que indicara que era falso, que aquel era otro hombre, pero no pudo lograrlo.
—¿Qué carajo? Esto no puede ser verdad. Es un montaje, efectos especiales, que sé yo…
—Dime, ¿cuál fue tu esclavo preferido?
—Daniel Cifer —respondió ella sin dudarlo, aunque no sabía a qué venía la pregunta. Alyssa tecleó algo en su computadora y sonrió perversamente—. ¿Por qué? ¿Acaso estás buscando mi grabación con él? ¿Filman a todos los clientes? ¿Así obtienen dinero, con películas snuff? —No pudo continuar con su mar de preguntas porque el sonido de la puerta la interrumpió.
—Adelante —gritó Liss aún con esa sonrisa maliciosa. La quinceañera miró hacia la puerta, primero con curiosidad, y luego con horror: a unos cuantos metros de ella se encontraba una aparición, un espectro, un joven de un metro ochenta de alto, piel lechosa y atractivo como un Adonis, Daniel, su Daniel Cifer, al que le había destrozado el cráneo con una tina y había cercenado post mortem. Era imposible y, sin embargo, ahí estaba. Debía ser un truco, un gemelo… ¿pero podían tener un suministro infinito de gemelos?
—Daniel, ¿recuerdas a esta chica?
—Por supuesto, la ama Jennifer. Me encantaría volver a verla cubierta de sangre.
No… ése no era ningún gemelo, aquella voz, aquellos gestos seductores, sin duda alguna era el mismo hombre que había compartido una tina sangrienta con ella. Tras decirle a Alyssa que le creía, ella le ordenó al joven que se retirara.
—Ahora tengo más dudas que nunca… ¿qué es este lugar? ¿Cómo es que él sigue vivo… y entero?
—Ah… es una historia bastante larga… ¿Estás segura de que quieres escucharla?
—Por supuesto, mientras más larga y detallada, mejor.
Entonces Jennifer esperó atentamente a que comenzaran a relatarle aquella historia, la historia de Alyssa Romanova y, sobre todo, la historia de El Burdel de las Parafilias. Ella tomó aliento, y comenzó:
«Era una noche cálida de primavera hace nueve años, ahí estaba yo nuevamente, en ropa interior con encaje, salpicada de sangre, fumando uno de mis Benson mentolados, recostada en la gigantesca cama de un hotel cinco estrellas y al lado del flácido cuerpo de la última de mis víctimas. Sus sesos están esparcidos en la almohada y, por como se siente mi frente, sospecho que también en mi rostro. Realmente no quiero hacer esto por siempre, sí, al principio eso de seducir hombres adinerados para luego asesinarlos y hurtar su dinero es divertido, pero quiero algo más, iniciar un negocio, en específico pienso en un burdel al estilo europeo, pero no uno común, quiero que sea algo espectacular.
Me termino mi cigarro y me desnudo para quitarme de encima los restos de Manuel… ¿cuál era su apellido? Da igual, lo único que recuerdo es que era bastante sensual, es por eso que me lo follé antes de matarlo, los feos o viejos apenas sobreviven más de cinco minutos tras entrar en la habitación.
Bajo la ducha sigo pensando en mi burdel soñado y me convenzo de que sería todo un éxito, hasta donde sé no hay nada parecido en esta ciudad. Desarrollo más la idea: tendría cuartos temáticos, innumerables vestuarios, cientos de prostitutas de primera, y el sueño se desmorona de nuevo… Para un proyecto así necesitaría mucho más dinero del que obtengo con estos sujetos.
Salgo del baño y me miro en el gigantesco espejo que cubre en su totalidad la pared lateral de la habitación. Mido un metro ochenta, mi cabello lacio llega hasta mi delgada cintura, tengo pechos grandes y firmes que hacen juego con un bien proporcionado trasero, además de marcados rasgos europeos heredados de mi padre; no hay necesidad de modestia fingida, soy muy atractiva, podría fácilmente engatusar a uno de esos millonarios para que se casara conmigo, pero ésa no es la clase de vida que me interesa, y en época asesinar a un esposo no resulta tan sencillo.
Quizá este desquiciado sueño tenga que esperar un poco, si dejo de derrochar en atuendos costosos, spas y restaurantes de lujo podría conseguir el dinero suficiente en un año o dos. ¡Ja!…, ¿a quién engaño? Amo todas esas banalidades costosas.
Pienso momentáneamente en mi ex, un sujeto adinerado y atractivo; de haberme quedado con él ahora podría estar asoleándome junto a la piscina en alguna de sus gigantescas casas. Pero también podría estar en un hospital con las costillas rotas o gimiendo ante sus duras embestidas, eso era lo único que hacíamos, pelear y tener sexo violento hasta quedar agotados. Fue bueno los primeros años, pero terminé hartándome de todo eso. Decido olvidarme del “hubiera”, de cualquier forma odio los baños de sol, Zaireth puede quedarse con su agua clorosa.
Me visto nuevamente y tomo la cartera de aquel hombre; su credencial de elector dice que su nombre es Manuel Rodríguez. Me llevo el dinero y su tarjeta de crédito (conseguí sacarle su pin a mitad de un inmenso orgasmo), y antes de irme le echo un vistazo a la escena, sonriendo, la mucama va a tener mucho trabajo por la mañana.
Vacío la cuenta del hombre, tristemente apenas son treinta mil pesos. Me deshago de la tarjeta y regreso a mi hogar, un departamento espacioso de decoración austera pero bien elegida, limito mis compras compulsivas a ropa, zapatos y alcohol que siempre deben ser de la mejor calidad.
Tras comer y dormir un poco, elijo mi look de la noche, una peluca castaña corta, un ceñido vestido strapless y un par de tacones que me hacen lucir gigantesca en comparación con las mujeres de esta ciudad.
Reviso mi agenda y reafirmo el lugar al que acudiré esta noche, una fiesta de beneficencia llena de políticos y celebridades, lugar perfecto para ir a cazar. Por supuesto, tendré que elegir a alguien que no esté demasiado en la mira de la prensa o tendré problemas. Al llegar puedo colarme entre los invitados gracias a mi físico y un poco de ingenio… comienza la cacería. Me dedico a descartar a los más famosos, a los acompañados y a los demasiado jóvenes; por fin encuentro a una buena presa, atractivo, en sus treintas, porta un reloj bastante caro al igual que todo su atuendo, su aspecto se mira muy trabajado, así que comienzo a suplicar que no sea gay…
Resulta que no lo es, y que es dueño de una empresa multinacional. Vuelvo a considerar la opción de un matrimonio por conveniencia, pero sigue sin ser mi estilo, quizá pueda torturarlo hasta que acceda a hacer una muy buena transferencia de dinero a alguna de mis cuentas, ya lo decidiré en el hotel.
Por supuesto, él paga una suite y yo mantengo un bajo perfil, de acuerdo a mi modus operandi me lo follo antes de comenzar mi verdadero propósito; él resulta ser bastante agresivo, y aunque eso me agrada, no lo salvará de una muerte segura. Evidentemente no conseguiré nada de él por las buenas, así que extraigo mi .45 de mi bolsa y lo amenazo. Contrario a lo que imagino, él comienza a reírse a carcajadas.
—¿Crees que esto es un juego, imbécil? —le digo furiosa y le disparó en el muslo izquierdo, mientras que él sólo se ríe más fuerte, aun cuando comienza a sangrar. Mi ira aumenta, y le disparo en el abdomen, y él sólo toca la sangre brotante sin dejar de reír. Me exaspero y le disparo en la cabeza, él cae al piso, y me acerco para dispararle dos veces más esparciendo sus sesos por el suelo. Demasiado frustrada busco su cartera en sus pantalones que habían quedado en el suelo sabiendo que tendré conformarme con el dinero que encuentre ahí; dudo que sea mucho, ya nadie carga efectivo.
—Liss… Liss… Liss… —Volteo alarmada al ver que aquel hombre está detrás de mí, salpicado de sangre, pero sin marcas de bala—. ¿No deberías asegurarte de que tu víctima esté muerta antes de husmear en sus pertenencias? —No podía explicarme lo que sucedía… ¿cómo seguía vivo? ¿De verdad era el mismo hombre? Miro detrás de él confirmando que no había ningún cuerpo en el suelo. Tengo tantas incógnitas que resolver, y sólo puedo formular la más estúpida de ellas:
—¿Cómo sabes mi nombre? —Él no me lo había preguntado en toda la noche, y yo tampoco me había molestado en decírselo.
—¿En serio es eso lo que vas a preguntarme? ¿Nada acerca de cómo saqué esto de mi cabeza? —pronunció divertido mientras mostraba tres balas sobre su palma—. Te conozco, Liss, te he vigilado desde hace tiempo, aun antes de que comenzaras tu pequeña carrera criminal, y debo decir que me agrada tu forma de pensar.
—¿Quién eres? —A pesar de la extraña situación, recupero la compostura. Claramente no era un ser humano, pero tampoco quería dañarme, o ya lo habría hecho.
—Eso no es importante, sino lo que vine a ofrecerte, la oportunidad de cumplir tu anhelado sueño.
—El burdel… —pronuncio enseguida, la sonrisa en su rostro me indica que estoy en lo correcto—. ¿A cambio de qué?
—Dolor, sufrimiento, muerte; tú eres una experta en ello.
—¿Entonces me construirás un burdel sólo por seguir asesinando?
—Yo no haré nada, mientras más dolor y malicia traigas a este mundo, el burdel será más grande. ¡Imagínalo, Alyssa! —Mi mente se llena de vívidas imágenes de personas realizando orgías en una elegante estancia, cientos de cuartos de temáticas tan diversas desde un circo hasta un cementerio, habitaciones repletas de seductoras mujeres preparándose para complacer a los ansiosos clientes y un gran escenario con un espectáculo digno de un teatro parisino; era tan real que podría jurar que había estado ahí, seguramente aquel ser estaba jugando con mi mente, pero aun así la propuesta es sumamente tentadora.
—Bien, acepto el trato.
—En ese caso, necesito que cometas tu primer asesinato para mí —dice entregándome el revólver.
—Claro, ¿a quién tengo que matar?
—A ti misma. —La respuesta me sorprende, aquello no tiene lógica alguna. Pienso en cómo las balas no lo dañaron a él y en lo poco que puedo perder. Respiro hondo, abro la boca, apunto hacia arriba y jalo el gatillo. Pierdo la conciencia.
Cuando despierto, reencarno o lo que haya sucedido, estoy en el lugar que había visto en sueños; es mucho más pequeño, pero es el mismo sitio sin duda alguna.
—Este lugar es tuyo, Alyssa, para disponer de él como gustes. Irás descubriendo que es un buen negocio inicial, y que mientras cumplas con nuestro trato, crecerá ilimitadamente; de lo contrario irá derrumbándose poco a poco, todo depende de ti».
—Entonces… ¿eso es lo que pasa? ¿Todos son inmortales en el burdel? Pero… ¿y los clientes?
—No somos inmortales, Jennifer, ya estamos muertos, somos una especie de súcubos e íncubos, por decirlo de alguna forma. Mientras que el lugar se alimenta del dolor y la muerte, nosotros nos alimentamos del placer, ya sea propio o de los clientes. Es por eso que nombré este lugar “El Burdel de las Parafilias”, mientras más retorcido e intenso sea el placer que provocamos, nosotros nos fortalecemos. Con respecto a los clientes, tenemos la facultad de revivirlos y restaurar su cuerpo, aunque no lo hacemos del todo, ya que conllevaría un gasto mayor de la energía que obtenemos de ellos, por lo tanto les quedan unas cuantas secuelas, pero nada que resulte intolerable.
—De acuerdo… pero, ¿yo qué tengo que ver en todo esto? ¿De qué podría servirte mi ayuda? Por lo que veo el burdel ya es lo suficientemente grande, y debes tener suficientes clientes para mantenerlo así.
—Claro que hay muchos clientes, cientos de ellos, pero sólo un mínimo de ellos son violentos o sumisos. Quiero que crees espectáculos para que les muestres el erotismo en la sangre, que dejen de lado su temor y se aventuren a probar lo que han visto en escena, que golpeen, torturen y maten para luego volver y pedir hacerlo de nuevo. Eso es lo que necesito, lo que necesita el burdel para no volver a ser una pocilga. Así que, ¿qué me dices?
—¿Crear espectáculos gore para alimentar a un lugar sediento de muerte y a un montón de súcubos? Me parece bien, ¿dónde firmo? —No había rastro de sarcasmo en la voz de Jennifer, ella de verdad ansiaba ese empleo.
—Bueno, tendrás que hacer algo más que firmar, eres una chica lista, supongo que ya te lo imaginarás… —En efecto, Jennifer lo había deducido antes de que Alyssa le pusiera el revólver delante: lo tomó, apuntó directo a su sien derecha y disparó.

Definitivamente ése había sido el momento más desagradable de la entrevista, aunque no recordaba haber sentido dolor alguno, el terror psicológico fue suficiente; aunque ahora que estaba muerta no notaba ninguna diferencia, la comida sabía igual, su cuerpo se sentía igual, nada parecía haber cambiado y muchas veces se preguntaba si de verdad había fallecido, pero nunca le daba mucha importancia.

Volvió al presente, tenía que terminar su proyecto para el show de la próxima semana y su mente estaba completamente en blanco. Miró la hora y se rió histéricamente con su vocecilla aguda, para ese momento Alyssa estaría terminando con otra entrevista y tendría que acudir a su cita con el cliente que la solicitó en su fantasía. Moriría —otra vez— por ver su reacción cuando aquel hombre entrara a la habitación, aunque sería aún mejor presenciar el castigo que le propinará por su osadía.

jueves, 31 de octubre de 2013

Creeepypasta - Levitacion - Especial de Halloween

Levitacion

Bueno... Primero Que todo, Este es mi 2do Post haci que espero que les guste y si me falta algo o quieren que suba una creepypasta que ustedes quieran solo diganlo, y hare lo que pueda :D

Morris Hobster fue mi mejor amigo por aquellos años en los que la sociedad condenaba estoicamente la actitud tan impetuosa y dinámica de la juventud. No puedo decir que éramos rebeldes, porque no era así: simplemente, teníamos otras ideologías más profundas y el bello don de la curiosidad.
Es que así éramos Morris y yo: nos encantaba experimentar cosas nuevas como a cualquier joven de nuestra etapa. Era normal que todos se comportasen así, ¿no? La verdad es que nunca pude comprender por qué nuestros padres y demás familiares se escandalizaban ante nuestras filosofías, actos y cuestiones. En realidad nos daba igual lo que creyeran acerca de nuestra mentalidad tan abierta e ilimitada, siempre dispuesta a conocer más cosas sobre la realidad que nos rodeaba. Y es que mi amigo y yo éramos de aquellos que gustaban de buscar nuevas expectativas y definiciones de la existencia que llevábamos, leyendo por aquí, tomando fotos por acá, y luego compartiéndolas entre los dos; sacábamos conclusiones desde nuestro punto de vista y más tarde buscábamos información sobre los resultados a los que habíamos llegado. Definitivamente, no me puedo quejar de mi juventud, pues disfruté tanto como jamás lo he hecho.
Si existía una palabra para definir la ideología de Hobster, ésa era extraordinaria. Ni yo poseía tal habilidad para concebir las costumbres cotidianas como un mero escudo ante lo desconocido, ante aquello que el ser humano siempre temió. Él mencionaba constantemente en sus pláticas que el hombre no tenía la más mínima idea de lo que había más allá de sus actos, y que siempre estaba buscando la forma de evadir su decadente e inevitable destino. Sencillamente, Morris era de aquellos jóvenes que, si se lo hubiera propuesto, habría llegado a la cima más encumbrada entre los sabios del mundo. Debo admitir que me sentía muy bien a su lado, pues era el único que lograba comprender mi concepción de la vida e incluso compartíamos puntos de vista iguales que, de no haber sido porque no compartíamos ningún parentesco familiar, podría haber jurado que ese chico era mi «gemelo ideológico», por así decirlo.
Sin embargo, el tiempo, maldito verdugo que inevitablemente te obliga a enlazarte con tu inverosímil destino, quiso que ambos nos separásemos y mi amigo se mudó junto con su familia a otra ciudad. Cuando él fue a comunicarme la desagradable noticia, no pude contener la agonía que estaba experimentando en mis adentros, y juntos nos despedimos con muchas lágrimas; lo que más me dolió de aquel aviso fue que claramente sentí cómo se desgarraba una parte de mi ser y era extraída por algún ser desconocido que deseaba ver mi sufrimiento. No puedo describir con otras palabras lo que padecí en aquel instante en el que mi destino estaba por cambiar, quizá para siempre, o tal vez era sólo una prueba de valor para ambos; pero todavía hoy me pregunto qué había que comprobar con esa separación. Actualmente, mi ilimitada imaginación me permite hacer una especulación sobre aquella circunstancia que decidió todo por nosotros. Tal vez la vida nos vio como una amenaza, algo que podía romper su cuidadosa y bien estructurada coreografía de falsedad y egoísmo. Siendo así, no había lugar para nosotros en este mundo.
Aún recuerdo bien esa sombría tarde en que lo vi irse: su cara transmitía una serenidad impresionante, aunque yo sabía perfectamente que aquello era una máscara que estaba usando para evitar mostrar su dolor ante su familia, la cual era muy severa y conservadora. Su caso familiar no era la excepción por aquellos tiempos: muchos jóvenes de nuestra edad pasaban por la misma experiencia, incluso yo lo vivía; aquel que no tuviera unos padres así podía considerarse afortunado, muy afortunado. Tengo bien plasmada en mi memoria su cara al momento en que el carro encendió con todo aquel maletero encima, casi marcada a fuego su expresión: me estaba comunicando con la mirada que ni la misma distancia nos separaría, y que algún día, en un futuro no muy lejano, volveríamos a vernos. Yo entendí su silencioso lenguaje, y con el mismo idioma le dije que así sería, y que tarde o temprano, estaríamos juntos de nuevo para descubrir más cosas.
Las cosas continuaron su marcha normal, desde el punto de vista de la sociedad que me rodeaba, claro. Pero desde que Hobster se fue, supe que mi vida, a pesar de su creciente monotonía, ya no sería la misma. Me resultaba imposible el concordar con los adultos, quienes aseguraban que las amistades de juventud eran fácilmente olvidadas, y los jóvenes de mi ciudad me daban los ánimos que necesitaba para afrontar a esa terrible ideología a la que llamaban madurez adulta.
¡Qué grande fue mi alegría cuando recibí una carta de Morris! Recuerdo que mi padre acababa de llegar de su trabajo, y siempre tenía por costumbre revisar el buzón antes de llegar a casa. Escuché sus pasos subiendo las escaleras y supuse que pasaría de largo por mi cuarto sin saludarme, como siempre lo hacía; me sorprendió sobremanera que tocara la puerta de mi habitación, pero después comprendí que sólo lo había hecho porque entre las cartas que llegaron, había una para mí. Tengo que admitir que me extrañó demasiado que me enviaran algo, pero así era, mi padre me entregó el sobre y salió de mi cuarto. Me quedé observando la carta por un tiempo: ¡quien me la había escrito era Morris! Imaginen mi emoción cuando la comencé a abrir y descubrí, con total alegría, la pequeña pero fina letra de mi mejor amigo. Sin más tiempo que perder, comencé a leerla:
«Mi muy apreciable e incomparable amigo Randolph Gordon:
No puedo concebir la emoción de este momento en el cual estoy redactando estas líneas, me siento feliz de poder escribirte por primera vez luego de que fuese forzado por mi familia a abandonar el lugar donde pasé los mejores momentos de mi vida, con el amigo que jamás podré olvidar. Te parecerá increíble, pero desde que estoy acá, no logro adaptarme a mi nueva forma de vida: la ciudad en la que vivo ahora es mucho más caótica que la tuya, los jóvenes se apegan ciegamente a las enseñanzas de los adultos y, por desgracia, no ejercen su libre albedrío como debería ser; si los adultos de mi anterior pueblo eran severos y conservadores, estos van más allá de esas erróneas y estúpidas ideologías. No puedes imaginarte la felicidad de mis padres al saber que sus vecinos tienen un hijo “bien educado” que nunca pone en duda la autoridad de sus mayores y que es obediente. Sólo puedo pensar en la debilidad de pensamiento que posee ese pobre muchacho, y no lo culpo, la verdad no puedo hacerlo porque el ambiente en que ha crecido lo moldeó así y así se quedará para su eterna desgracia. Por otro lado, mi familia a cada momento menciona que cuánto hubieran dado porque yo creciera desde un principio en esta maldita ciudad, y están diciéndomelo a cada momento del día. En la escuela soy visto como el “rebelde sin causa” y he tenido choques de personalidad con todos los profesores, incluso con la directora; me han llamado varias veces la atención por defender mis justos derechos y cada vez que me pongo en contra de los pensamientos tan cerrados de mis maestros, mis padres son citados para conversar con ellos, y los exhortan a que me pongan en mi lugar o alguien más lo hará un día. Ellos, como siempre lo has sabido y es costumbre del lugar donde estás, dicen que se avergüenzan de mí; que debería aprender a comportarme como el hombre que soy y que definitivamente tendrán que enseñarme a levitar. No entiendo a qué se refieren con eso, pero sospecho que no es nada bueno. Randolph, sé que te sonará ridículo, porque jamás me escuchaste mencionar algo similar cuando estábamos juntos, pero por primera vez en mi vida tengo miedo, miedo hacia el destino que me depara con esta putrefacta sociedad. ¿De qué tengo pavor? Del modo de ver las cosas de los adultos: son tan ambiguos que se puede esperar cualquier cosa de ellos. Me decidí a escribirte esta carta a escondidas de mis padres, bien sabes que ellos nunca te vieron con buenos ojos porque eres igual a mí en pensamiento, del mismo modo en que tus padres me veían mal a mí. Supongo que algunos patrones de conducta siempre permanecen, y ése es el caso de nuestras familias, ¿no lo crees? Tengo deseos de que vengas a visitarme, quiero verte: no sabes el terror que vivo día con día al saber que la juventud de este lugar en realidad no existe, sólo son adultos en proceso de madurez; me aterra ver que nadie piensa por sí mismo y se apegan como un perro a su dueño a las ideas de los mayores, es simplemente macabro. ¿Hacia dónde va este decadente sistema? No tengo la menor idea, pero he decidido que en cuanto tenga mayoría de edad, me iré de este enfermizo lugar que no hace otra cosa más que reprimirme demasiado. Sé que te veré pronto porque responderás a mi llamado, sabiendo que tú tienes más posibilidades de venir a verme, y tienes conciencia de ello.
Junto con esta carta he anexado un mapa de mi ciudad actual, en él realicé unas señalizaciones para que encuentres mi casa; en el dorso se encuentra mi dirección completa, junto con instrucciones precisas para que no te equivoques de domicilio. Si hago todo esto es porque me urge verte, necesito hablar con una persona que me entienda y me ayude a soportar esta situación. Creo que empiezas a comprender cómo me siento, después de todo, admiro tu habilidad para ser empático, cosa que aquí nadie posee. Amigo mío, quisiera comunicarte más cosas por este medio, pero entiendo que las palabras que deseo compartir contigo no podrían ser escritas. Espero tu próxima venida y recuerda que siempre contarás con un amigo leal en la distancia y en la eternidad, así como yo sé que siempre estarás conmigo en las buenas y en las malas.
Tu mejor e incondicional amigo,
Morris Hobster».
Confieso que en un principio, la carta me llenó de mucha motivación y alegría, pero conforme me fui acercando a su desenlace, me sentí frustrado y a la vez preocupado: no sabía la difícil situación que estaba viviendo Morris, ¡y yo que pensaba que mi vida era terrible! Sin pensármelo dos veces, empecé a idear un plan para que mis padres me llevaran a visitar a mi amigo; les diría que en la carta que me envió me comunicaba que estaba enfermo y que el médico le había recomendado absoluto reposo, por lo cual me escribió y me solicitaba que le llevase algunos libros para su entretenimiento mientras permanecía en cama. Con aquella estrategia en mente, me dirigí al cuarto de mis padres y les dije sobre la supuesta enfermedad que tenía mi amigo, les rogué que fuéramos a verlo y, sorpresivamente, ellos accedieron sin que les insistiera demasiado. Me comentaron que primero tendrían que pedir permiso en el trabajo de mi padre y en mi escuela para ausentarnos, asunto que resolverían al día siguiente. Yo estaba que no cabía en mí de la emoción: ¡iría a ver a Morris después de tanto tiempo!
Al tercer día nos encontrábamos empacando algunas maletas para quedarnos unos días con la familia Hobster, pues mis padres consideraban que resultaría interesante relacionarse más con los progenitores de mi amigo. Salimos rumbo a la ciudad donde Morris se había mudado junto con su familia, y con ayuda del mapa que me envió, logramos dar con la casa sin equivocarnos de dirección.
Mi corazón saltaba de la indescriptible felicidad que sentía al saber que de nuevo vería a mi gran amigo de toda la vida. Me bajé del auto casi al mismo tiempo que mi padre se estacionaba, corrí hacia la puerta de entrada mientras gritaba el nombre de Morris. La puerta se abrió mientras la señora Hobster me dedicaba una sonrisa que, hasta hoy, no dejo de considerar que poseía una pequeña sombra de felonía. Pregunté por mi amigo, y con el tono más dulce e hipócrita que había escuchado jamás, su madre me contestó que él estaba en su habitación levitando. No sé por qué, pero en ese momento sentí una terrible punzada en el pecho, sobre todo porque Morris me había mencionado que esa palabra acrecentaba su temor con respecto a sus padres y la forma en que ellos la concebían.
Le pregunté a la señora Hobster en dónde estaba el cuarto de mi amigo. Ella seguía manteniendo su falsa sonrisa mientras señalaba hacia las escaleras que conducían al segundo piso, al tiempo que mencionaba que Morris había estado sumamente inquieto por mi llegada, y que ahora se pondría feliz de verme. No había acabado de darme la información cuando corrí con mucha rapidez mientras ascendía hacia la segunda planta de la casa. Cuando llegué a la puerta que supuse que sería la de mi amigo, noté que estaba cerrada, así que toqué al mismo tiempo que le avisaba a Morris que ya había llegado.
Sólo escuché la voz del señor Hobster contestándome que pasara, pues mi amigo estaba en esos momentos muy ocupado levitando; otra vez escuché esa palabra que me retorcía las entrañas. Con mucha lentitud abrí la puerta, pues pensé que Morris estaba quizá reflexionando sobre algo o muy sumido en sus pensamientos para que no me contestase, y además, ¿qué hacía su padre con él en su habitación? Mis pensamientos fueron cortados de tajo mientras observaba, boquiabierto, algo que jamás creí que vería en la vida real: ahí, en medio del cuarto, estaba mi amigo ¡literalmente levitando, tal y como lo habían mencionado sus padres! No lo podía creer, no lo quería creer; empecé a entrar en un estado de shock mientras seguía mirando a mi amigo, en su rostro se dibujaba esa misma expresión que me había dedicado el día que se fue de mi ciudad: serenidad, una tranquilidad infinita y esa particular sonrisa suya que me dedicaba cuando decía que todo iba a salir bien. Continué viéndolo, realmente levitaba, pues sus pies no tocaban el suelo; era increíble, pero cierto.
Recuerdo que escuché decir a su padre que ahora Morris, gracias a la levitación, aprendería a comportarse como un joven de buenos modales y que sería un gran ejemplo para mí de ahora en adelante. La cara del señor Hobster expresaba alegría y orgullo: no podría estar más feliz de su hijo.
Desperté en el hospital general de la ciudad, rodeado de las preocupantes miradas de mis padres. Me dijeron que me había desmayado por la emoción de volver a ver a mi amigo, pero sabía que decían eso para tranquilizarme. Como sólo había sido un desvanecimiento temporal, el médico me dio de alta enseguida. En la sala de espera estaban los padres de mi amigo, felices que mi desmayo no hubiese pasado a mayores. Pregunté una y otra vez por Morris a sus progenitores, y ellos, con una gran sonrisa de satisfacción, sólo se limitaban a decirme que ahora él era un chico muy educado y obediente, y que debería estar orgulloso por ser amigo de un muchacho así. Yo simplemente no podía creerlo; me puse histérico y les grité enfrente de todos los que se encontraban ahí y de mis padres que estaban completamente locos, que su retorcida ideología no conocía límites y que no había ningún motivo para estar feliz por haberlo obligado a convertirse en lo que ahora era. Las personas del hospital se quedaron mirando conmocionados aquella escena, jamás habían visto a un joven alzarle la voz así a sus mayores. Mis padres estaban avergonzados por mi supuesto escándalo y me sacaron a rastras de aquel indiferente lugar; nadie hizo nada para defender mis ideas, nadie, y sé que nadie jamás lo hará, no en esa maldita y putrefacta ciudad.
Debido a mi «indecente» comportamiento, mis padres decidieron regresar a casa esa misma tarde, comunicándome que los padres de Morris no deseaban volver a verme, ya que me consideraban una mala influencia para su hijo. Yo sólo quería despedirme de él por última vez, y decirle que lamentaba no haber llegado antes para salvarlo de su levitación, ¡sólo quería eso! Sentí un terrible dolor en mi pecho mientras nos alejábamos de aquella fatídica y repugnante ciudad. Mis padres, completamente decepcionados de mi forma de expresarme ante los Hobster, me dijeron que también deberían aplicar conmigo esa técnica de la levitación, pues así aprendería a ser un chico correcto y bien portado. Recuerdo que en ese instante comencé a odiar enfermizamente a mis padres, tanto como aborrecía a los de mi mejor amigo.
El tiempo, en su marcha incansable, hizo que ya no le diera motivos a mis padres para que cumplieran aquella terrible amenaza que tenía por objetivo despojarme de mis ideales. En cuanto cumplí la mayoría de edad, abandoné la casa porque no soportaba vivir con aquellos dos seres tan aborrecibles. Me mudé a un pequeño poblado, lejos de mi antiguo hogar. Puedo decir que ahora llevo una vida tranquila, pero no feliz: el recuerdo de la sorprendente levitación de mi amigo me persigue a todos lados. La última vez que lo vi, su cara me volvía a decir que algún día estaríamos juntos para siempre, y jamás lo dudé. Creo en su palabra y siempre seguiré creyendo en ella, a pesar de que él ya no será nunca lo que alguna vez conocí. Pensándolo bien, yo tampoco quiero seguir siendo lo que soy ahora. He leído su carta muchas veces en mis tiempos de soledad para sentirme acompañado, y siempre se ha quedado marcada en mí, tal y como si fuese un tatuaje, aquella palabra que le dio un sentido nuevo a la vida de mi amigo y estaba por formar parte de la mía. Seguramente, si me vieran mis padres, estarían orgullosos de mí. Sin dilación, termino de escribir estas líneas para decirles a todos ustedes que la experiencia de la levitación me servirá para comprender por qué mi amigo tenía esa expresión en su rostro aquél día: era muy pacífica.
Sé que ninguno de ustedes comprenderá el motivo que me lleva a hacer esto, pero sólo quiero saber qué sintió mi amigo cuando su padre lo hizo levitar. Sin más demora, tomo una resistente soga y la amarro bien en el techo de mi casa, me aseguro de que esté bien atada y formo un nudo corredizo en su punta libre. Me colocaré ese lazo alrededor de mi cuello y entonces al fin estaré con mi amigo, al fin comprenderé a sus padres y al fin me sentiré libre para dejar este maldito mundo. Creo que por eso Morris estaba tan relajado mientras levitaba, ahora sentiré esa misma calidez que su familia le hizo sentir al convertirlo en un hombre de bien.
Levitaré, sí, para que mis pies jamás vuelvan a tocar este inmundo suelo…

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Bola de cristal [Primera parte]


Bola de cristal [Primera parte]



Mi nombre es Naira, tengo veinte años y vivo en un pueblito del que no vale la pena decir mucho. Sería muy ilustrador, creo, mencionar que soy huérfana de toda la vida. No sé nada sobre mis progenitores, ni me interesa, siempre tuve prioridades más importantes.
Pasé la vida entera en un orfanato, nunca nadie quiso adoptarme; tal indiferencia había para conmigo también por parte de mis compañeras de cuarto, pero jamás me importó. Disfrutaba estar sola, sabrá Dios por qué, así que nunca llamó ni una pizca mi atención la compañía humana o animal. Aun hoy, yendo ya a la universidad, habiendo pasado la adolescencia, me siento así. Mis únicos compañeros son las queridas esculturas, fruto de mis propias manos, que llenan la casa y el viejo piano que está en el salón. Y así soy completamente dichosa y feliz.
Sólo una vez la compañía humana me hizo bien, pero apenas desapareció todo volvió a ser como antes: monótono y extraño. Cabe decir, sí, que no sufrí por aquello: el apego a la soledad no había sido perdido.
Se llamaba Raúl, el único amigo que he tenido en toda la vida. Lo conocí en un incidente con una manzana, la cual, luego de ser arrebatada de mi plato, estaba siendo machacada por él y sus, entonces, compañeros de juego. Yo me encontraba dentro de la «casa» observando por la ventana cómo aquellos niños pateaban sin cesar ese objeto de mi propiedad. Esperé pacientemente, y en una distracción suya me acerqué y recogí la manzana, para luego volver rápidamente adentro. Cuando hubieron estado conscientes del asunto, les hice un gesto para que uno de ellos se acercara a buscarla. Raúl fue elegido, y se dirigió hacia mí a regañadientes. Habiendo llegado extendió su mano para que la dichosa fruta fuera puesta en ella.
—Vaya, vaya, miren qué quiere el niño —dije—. No deberías jugar con cosas ajenas, ¿no te parece?
Él sólo enmudeció y bajó la cabeza. Entonces murmuré:
—Mira, porque soy generosa, les regalaré la manzana. No puedo comerla, ya la han magullado de más. Pero se los advierto, no vuelvan a hacer algo como esto. —Puse la manzana sobre la mano ya cerrada del joven.
—Gracias… —musitó, y luego de pensarlo un rato, siguió—: Naira. ¿Quieres venir y jugar con nosotros? Seremos gentiles contigo, ya que eres una niña.
—No me interesa jugar con quien me subestima. Lo siento, gracias, pero no.
Entonces se encogió de hombros y se alejó. Pero una duda asaltaba mi cabeza: ¿cómo sabía mi nombre? Prácticamente nadie me llamaba por él. Cuando por alguna razón específica lo hacían, solían decirme «¡oye tú, niña rara!», pero no Naira. Fue sólo por eso que mi interés en él se acrecentó, pero no le presté demasiada atención. Fue por él que, tras pedirme disculpas por lo que yo había tomado como un insulto, comenzó la especie de amistad que luego estableceríamos. Él no era muy amigo de los chicos con quien estaba aquel día, sólo jugaban juntos, así que yo era también su única amiga. Todo iba bien, hasta que sorpresivamente, habiendo cumplido ya los catorce años, lo adoptaron. Después todo volvió a como debía ser para mí, y él recibió lo que todos merecían, menos yo: una familia.
Los años pasaron, y Raúl y yo no habíamos tenido noticias el uno del otro. Yo ya vivía en una pequeña pero acogedora casa que el orfanato me había proporcionado, cosa que hacían con los jóvenes jamás adoptados. El cuarto más grande lo hice mi estudio y el sitio destinado a la creación de mis esculturas, siendo la sala mi segundo lugar preferido. Entré, entonces, a la universidad, y por fin podía disfrutar de la completa paz que siempre me había sido negada compartiendo cuartos, comida y baño. Ahora era sólo yo y mi pequeño mundo. Hasta aquel día.
Lo vi. Sí, era él. Él y ella. Raúl y Helena. Raúl, mi querido amigo de la infancia, y Helena, la chica que hasta los nueve años me atormentó en el orfanato, juntos. Siempre había ignorado cada insulto y molestia por parte de mis compañeros, pero Helena era especial. Si bien no era muy original, había algo en ella que me hacía odiarla profundamente, y más ahora, viéndola con Raúl. De pronto se me vino una extraña revelación a la mente: «debe ser mío». Por alguna razón, sentía que debía apartar a Raúl de Helena a toda costa. Sentía que necesitaba hacerlo. No era por amor, era por amistad, y porque serviría de venganza.
Alcé la mirada y ahí estaban ellos, observándome.
—¡Naira! —dijo Raúl—. ¿Cómo has estado? ¡Hace tanto que no nos vemos! Ella es Helena, pero dice que te conoce.
—He estado bien, Raúl. Hola, Helena —contesté, reprimiendo una mirada de desdén para con ella.
—¡Vaya, Naira! ¿Te acuerdas de mí? Fuimos compañeras hasta que me adoptaron. Recuerdo perfectamente cada broma que te hice, pero era sólo un juego de niños. Sin resentimientos, ¿verdad?
No pude evitar sonreír ante tal afirmación. Bajé la cabeza, y en medio de la risa, repetí:
—Sin resentimientos.
No sabía lo que le esperaba.

Pasaron meses, y yo aún no determinaba qué hacer con Helena. Debía aguantar comer con ella, estar con ella; Raúl no iba a un lugar si ella no estaba también. Todo esto me estaba incomodando sobremanera, pero simplemente no se me ocurría nada.
La oportunidad vino luego.
En clase de arte, ordenaron un proyecto en parejas. Antes que cualquier otra persona pudiera hacerlo, y para «demostrarle» que había olvidado cada molestia suya, le pedí que hiciera pareja conmigo. Aceptó efusivamente.
—¡Hay, Naira! ¡Me alegro tanto de que por fin te sientas a gusto conmigo! —Yo reía en mi interior; mientras ella hablaba y hablaba, yo planeaba mi venganza. Ya lo tenía todo calculado—. ¿Y qué clase de cuadro haremos?
—La verdad, Helena —me apresuré a decir—, estaba pensando en esculpir algo. Sinceramente me gusta ser original, y todo el mundo pintará. Además adoro hacer esculturas, y tú podrías ser mi modelo, así no habrá peso sobre nadie de que el otro hizo todo el trabajo.
—Oh, me encanta la idea. Pero ¿por qué quieres hacer una escultura mía?
—Ya te lo dije… Además, creo que eres… —Me atraganté con saliva, entonces lo dije—: bonita. —La verdad no es que no lo creyera, siempre me pareció una chica preciosa, pero el hecho de decirle un cumplido a mi futura víctima me hacía estremecer entera.
—Pues muchas gracias, Naira —Rió de forma tonta, y luego golpeó suavemente mi hombro—. Y entonces, ¿dónde y cuándo?
Helena fue a mi casa unos cuatro días después para realizar la escultura. La había estado esperado toda la tarde, más ansiosa no podía estar. Sonó el timbre.
—Quítate toda la ropa, y quédate ahí —le indiqué, preparada para comenzar—. Debo hacer primeramente el molde. Necesito que hagas una pose, no puedes estar ahí como si nada.
—¿De qué tipo?
—Algo que represente dolor. Sí, dolor. Hazlo.
Se retorció entera para lograr hacer algo, pero estuve satisfecha cuando por fin lo consiguió. Era exactamente la expresión que quería.
Mientras hacía el molde, dejé orificios en nariz, ojos y boca para que pudiera respirar, ver y hablar. Cuando hube terminado, le pedí que se quedara un rato así, puesto que no demoraría más de unos minutos en secar. El tiempo que estimé necesario pasó, y entonces, en lugar de quitarle el molde, comencé a colocar el yeso por encima de éste.
—¿Qué haces, Naira? —preguntó, ya aterrada, Helena.
—Completo mi obra.
—¿Pero no debes quitar el molde primero?
—No lo entiendes, ¿verdad? Claro que no. Me hiciste pasar por todas esas detestables bromas en el pasado, ahora sedujiste al único amigo que he tenido en toda la vida y haces que te odie cada vez más y más. Pero al fin la pesadilla acabará, y tú, a partir de ahora, querida Helena, no existes más.
Tapé su boca con una gruesa capa de yeso, dejando sólo los orificios de la nariz intactos, para que sufriera cuanto fuera posible, y simplemente muriera de hambre.


Fui la mejor calificación de toda la clase, haciéndose notar aquel día la desaparición de Helena. Me las arreglé para que se creyera que había sido asesinada, y su cuerpo nunca sería encontrado. Vendí luego la escultura a un anticuario pues no deseaba tenerla conmigo. Todo fue normal, todo completamente normal, hasta entonces.

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